domingo, 10 de marzo de 2013

IMPARES



He de reconocer que tengo una peraza mental, desgana, a la hora de escribir de teoría literaria, y de poesía en particular. Quizá porque hubo un tiempo que me absorbió tanto este asunto (estudios y ensayos) que caí en el peor de los biblioclamos: escribía sobre algo que no comprendía; o dicho de otra manera, en ese mal que afecta a muchos ilustrados: la artificialidad del arte. Por eso quisiera hablaros más de poemas que de poetas, como aspira más de uno: «quisiera ser poema, más que poeta». No obstante, sea la excepción para recordar a cuatro poetas, dos y dos, aparentemente muy diferentes, no excesivamente conocidos: unos debido a la oficialidad académica; otros, por la marginación oficial. No entraré en datos y valoraciones bibliográficas o eruditas, solo recordarlos para que despierte la perplejidad del posible lector: no para suplantar, sino para despertar, con nuestro esfuerzo íntimo, la vida personal del espíritu, Tampoco me referiré, solo lo imprescindible, a las corrientes poéticas que generaron. Veamos. Ellas son dos excepcionales poetas: Anna Ajmátova y Marina Tsvetáieva; ellos, como dirían los críticos oficiales (los que desprecian los poemas sin hermenéutica: esos que se explican por sí mismos) serían dos detestables poetas: Raymond Carver y Charles Bukoswski (es obvio que lo que aseguran los referidos críticos no lo comparto). Anna y Marina, rusas; Raymond y Charles (o deberíamos llamarle Hank Chinaski) norteamericanos (aunque este último naciera circunstancialmente en Alemania). Y tropezamos con en el primer escollo, el idioma. ¿Cómo leer a autores que escriben en idiomas que no es el nuestro? Y más aún, ¿cómo hacerlo cuando su estilo poético responde a una polifonía rítmica, como las dos poetas rusas, o sin apoyo rítmico ni medida en el caso de los estadounidenses? He aquí la mano diestra, mano poética también, del traductor, para traernos, de forma espontánea y al mismo tiempo fiel, sus escritos. Aquí se cumple aquella máxima de Gerardo Diego: «Y esto se pone de manifiesto cuando al pasar a otro idioma se esfuman todas las delicias verbales. Y decirme: ¿vamos a pensar que mientras la obra literaria resiste victoriosamente el cambio o la ruina de los idiomas, la creación poética va a ser tan frívola, externa, y hermética que quede para siempre encerrada en su celda de oro, y se nos niegue si no poseemos las siete llaves de su idioma secreto, retórico e intransferible?». No es el caso que nos ocupa. Os invito a que lo comprobéis. Decía que ambas parejas poéticas, ellas y ellos, tuvieron puntos en común. Fueron exiliados en sus países, ellas por el socialismo real, ellos por su mal llamado realismo social o pesimista (en Estados Unidos prefieren llamarle “Minimalismo”). Charles y Raymond son dos excelentes prosistas de los que alguien ha dicho que su poesía no es tal, sino mera prosa que no acaba de llenar la página. Su estilo elíptico, seco, inmediato, como un apunte sugerido, inacabado, puede hacer de su lectura un acto ingenuo, desprovisto de retórica poética o trabajo de zapa y filtraje. Sobre todo cuando su poesía pretende narrarnos gente, hechos, situaciones cotidianas, cuando no vulgares. Dicho con palabras de Bukowski: «¿por qué arropamos todo lo que decimos/ con un énfasis especial/ cuando lo único que hace falta/ es limitarse a decir/ aquello que debe decirse?». Aparentemente tan distinto de la exquisitez rítmica y romántica de las rusas. Y sin embargo, ¿cuánto de verdad hay en ellos, los cuatros? Vidas complicadas, difíciles, asóciales para la ideología biempensante de su época, el no tan lejano siglo XX, solitarios, con el desdoblamiento de quien escribe de la experiencia y la contemplación estética de esa experiencia. «Estaba entonces entre mi pueblo/ y con él compartía su desgracia», dice Ajmátova en la obertura de su Réquiem. En fin amigos, no quiero cansarles, les invito a que se aproximen a su obra y vean, en dos estilos bien diferenciados, la denuncia, la celebración del amor, la amistad, la sencillez de la vida cotidiana: poesía civil, memoria lírica, poesía amorosa, con ecos a veces encubiertos de Brodsky, Rilke, Pasternak, Hemingway, Chejov, e.e. cummings, Céline, Dostoiewsky o Vallejo. Termino, con vuestro permiso, y los reúno en el poema de Carver, Bajo una luz Marina cerca de Sequim, Washington.
 
Empiezan los verdes campos. Y las altas, blancas
granjas después de los charcos de la marea,
y aquellos cangrejos
listos para echar a correr, o darse la vuelta, si
levantábamos la roca debajo de la que vivían. La languidez
de aquella tarde tranquila. La belleza de conducir
por aquella carretera del campo. Hablando de París,
 nuestro París. Y luego encuentras ese sitio en el libro
y me lees la vida de Anna Ajmátova allí con Modigliani.
Sentados en un banco de los jardines de Luxemburgo
bajo su enorme sombrilla negra
recitándose a Verlaine el uno al otro. Los dos
«todavía no alcanzados por el futuro». Cuando
allá en el prado vimos
a un joven desnudos de medio cuerpo parar arriba
y con los pantalones remangados,
como un antiguo remero. Nos miró sin curiosidad.
Se quedó allí observándonos indiferente.
Luego nos dio la espalda y siguió con su trabajo.
Mientras pasabas como una hermosa guadaña negra
por aquel paisaje perfecto.
 
(De ”Bajo una luz marina”, traducción de Mariano Antolín Rato)
 
Lo dicho, pues. Acerquemos a ellos, no son tan distintitos ni tan distantes, pero tampoco tan ingenuos e inofensivos como parecen.
 
 
 

lunes, 25 de febrero de 2013

DE PASO


Planta noble, habitación 206

de un hotel donde siempre hace frío.

Frente a un espejo, sobre la mesa,

una hoja en blanco, un ramo de pensamientos

y un corazón de varadero y coronas.

—¡Cuántas noches abiertas!—

Muermo de cama extraña, telebasura,

esclarecida de tráfago y desastre de noticias.

Escozor, náusea, ducha y equipaje:

pijama, colonia, billetes, reloj…,

en la papelera flores rotas y cuartillas emborronadas.

 

«¿De minibar?». Lo dice, paga y se va tras la puerta giratoria.

Y el viajero tiene la sensación de que se le olvida algo.

 

 

domingo, 24 de febrero de 2013

READY-MADE


Disculpen si no aguanto más,

pero, recién levantado, solícito el recto

me aprieta y me voy directo al inodoro,

adormecido, sin prisas y sin moscas.

Y pienso en ellos, las mayores y menores

aguas y las entrañas de Vitrubio,

las cohortes romanas, la corte del Rey Sol,

los ejércitos napoleónicos en el río Berezina,

aquellos castillos, conventos, barcos, hospitales,

los endecasílabos íntimos, fugitivos, de Garcilaso,

los cuartetos de Mozart, los actos sociales

interrumpidos tras un almendro en flor,

los actos sexuales más oscuros, las partes

mugrientas que ahora llamamos delicadas,

las palabras en desuso, aguamanil y bacín,

las calles pestilentes, las ratas, la peste,

el olfato acomodado, saturado

de tanta miasma circundante.

Tal día como hoy, aliviado, después

de tirar de la cadena, en la ducha,

limpio, perfumado, sin ganas, dispuesto

al tumulto de no saber a donde ir.

POEMA QUEMADO


                                                    Cristina y Natalia: Niñas.

Es hermoso y que nadie os diga lo contrario,

aunque a veces, como yo, sintáis frío. Tanto

qué no sé si los versos que ahora escribo

os templarán, pues es sabido que valen para poco.

Por eso y desde el mío quemo un poema deshojado,

por si acaso, en vuestro viaje, alguna vez tuvierais frío.

sábado, 23 de febrero de 2013

TRANSEÚNTE


¿Es que no te veré más sino en la eternidad?

              Baudelaire

Hoy viernes, de mañana y enero,

como es costumbre, sales

a dar tu paseo cotidiano.

Los perros tiritan de frío

y los gorriones se ahuecan.

Una mujer esbelta pasa a tu lado,

justo antes de comprar el periódico.

En ese momento tienes la certeza

de que pudiera ser Anna, Francesca o Lesbia,

la mujer que tantos otros buscaron.

Intentas acercarte para ver su rostro.

La sigues. Cabello castaño, recogido,

chaqueta negra, pantalones vaqueros,

bolso en bandolera, paraguas.

Ella camina mucho más deprisa.

No sabes por qué sentido del ridículo

o timidez no corres hasta darle alcance.

Pero ves cómo sin remedio se aleja.

Y esto no es Londres, ni Florencia, ni Roma.

Encima, pillas todos los semáforos en rojo.

 

ESPERANDO A LOS BÁRBAROS



                       Cavafis y epígonos.

 ¿Qué ocurre, por qué nos convocan en el Foro?

— Es que hoy esperamos a los bárbaros.

¿Por qué el Senado no legisla sobre las polillas de mar,

los magistrados con sus togas y birretes demoran las sentencias

y nuestros gobernantes, generales y prelados visten de gala?

— Es que hoy esperamos a los bárbaros.

Ellos legislarán sobre asuntos cotidianos y apremiantes,

aplicarán la justicia en el ágora, sin dilación alguna,

y defenderán, con sus armas, tradiciones y haciendas.

¿Por qué nuestros cortesanos, bufones y rapsodas

no nos deleitan con chanzas, danzas y canciones?

— Es que hoy esperamos a los bárbaros.

Y los bárbaros no gustan de farsas y pamplinas.

¿Por qué huimos así, de pronto, y dejamos calles,

plazas vacías y buscamos, temerosos, refugio en las casas?

— Es que hay quienes, venidos de lugares limítrofes,

dicen que los bárbaros están hace tiempo entre nosotros.

— ¡Y qué haremos ahora con ellos, los bárbaros!

Eran la solución a todas nuestras expectativas.

 

viernes, 22 de febrero de 2013

INODORO


Disculpen si no aguanto más,

pero, recién levantado, solícito el recto

me aprieta y me voy directo al inodoro,

adormecido, sin prisas y sin moscas.

Y pienso en ellos, las mayores y menores

aguas y las entrañas de Vitrubio,

las cohortes romanas, la corte del Rey Sol,

los ejércitos napoleónicos en el río Berezina,

aquellos castillos, conventos, barcos, hospitales,

los endecasílabos íntimos, fugitivos, de Garcilaso,

los cuartetos de Mozart, los actos sociales

interrumpidos tras un almendro en flor,

los actos sexuales más oscuros, las partes

mugrientas que ahora llamamos delicadas,

las palabras en desuso, aguamanil y bacín,

las calles pestilentes, las ratas, la peste,

el olfato acomodado, saturado

de tanta miasma circundante.

Tal día como hoy, aliviado, después

de tirar de la cadena, en la ducha,

limpio, perfumado, sin ganas, dispuesto

al tumulto de no saber a donde ir.